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Sobre el proyecto / Fundamentación
Cuanto oímos supone la existencia previa de un hábito, y son esos sonidos característicos los que permiten integrarse emocionalmente en un lugar, es decir, sentirse parte de él, siendo capaz al mismo tiempo de hacerlo propio
La de-construción de la identidad sonora
Nuestra capacidad de atención en entornos cotidianos responde con frecuencia a un modo de escucha distraída, pero alerta frente a cuanto pueda suponer una alteración de lo habitual.
Contrariamente a lo que ocurre con la percepción visual, no podemos renunciar al sentido del oído, carecemos de “párpados auditivos” por lo que, consciente o inconscientemente, la escucha constituye a menudo nuestro primer acercamiento y modo de comprensión del entorno.
Esta discriminación ejercida sobre cuanto oímos supone la existencia previa de un hábito, y son esos sonidos característicos los que permiten integrarse emocionalmente en un lugar, es decir, sentirse parte de él, siendo capaz al mismo tiempo de hacerlo propio.
Con todo, no podemos comprender la identidad de un lugar sin conocer primero de qué modo es habitado, recorrido y practicado un espacio. La identidad de cada persona estará vinculada en gran medida a los espacios que habita, pero se trata de una doble interacción, ya que el vínculo indisociable entre modos de habitar e identidad señala uno de los trazos fundamentales de este concepto: su carácter evolutivo.
Es decir, no podemos restringir la identidad de un lugar a un sentido exclusivamente patrimonial, ni pretender fijarla en función de un período dado; la imagen identitaria no es de naturaleza universal, sino relativa, como fruto de una conciencia subjetiva, sea esta individual o colectiva.
Se puede abordar el problema de la identidad sonora de un lugar desde dos ópticas diferentes y complementarias: La mirada de orden patrimonial sobre un entorno, que habla de un tiempo que fue, y la identidad ordinaria en tanto un continuo, un fondo sonoro al que estamos plenamente habituados.
A través de la identidad patrimonial podemos caracterizar fielmente un contexto preciso, su espacio sonoro, sus hábitos y sus costumbres. La identidad ordinaria contiene, con todo un trazo de desapego de su propio contexto que nos permite no limitarnos a la descripción del lugar, sino también ponerlo en relación con otros espacios y otros momentos.
Esta naturaleza dinámica de la identidade sonora abre así́ sus puertas a este proyecto, , pudiendo constituir no sólo una herramienta de análisis de lo existente, sino también un instrumento de recuperación o proposición de nuevas configuraciones sociales y comunitarias.
- Ruído blanco, que viene siendo los sonidos de fondo que se corresponden con los creados por la naturaleza (climatología, biodiversidad…) y/o los de las áreas urbanizadas.
- Señales sonoras, que se refieren a los sonidos que se encuentran en primer plano. Son los que “realmente escuchamos” conscientemente, precisamente por producirse de forma esporádica (sirenas de policía o ambulancias, pitidos de automóviles, campanas…
- Marcas sonoras, que son los sonidos característicos de un área específica y que son los que confieren valor a la identidad patrimonial.
Soundscape, ou “paisaxes sonoras”
v World Soundscape Project, movimiento que acuña el término de soundscape, o “paisajes sonoros”. Con el paso del tiempo, esto daría lugar a la creación de la “ecología acústica”, o “ecoacústica”, disciplina que estudia la relación a través del sonido entre los seres vivos y su ambiente, y que trabaja por la preservación de los entornos sonoros.
El concepto de soundscape se formula para poder definir esta relación que el ser humano desarrolla con el espacio, pero específicamente a nivel auditivo. Una relación mayormente utilitarista, y en la que, sin darnos cuenta, nos vamos empapando de “ruido blanco”, o “background sounds”, perdiendo la capacidad de aislar en nuestra percepción señales y marcas sonoras, elementos que transforma nuestra relación con el entorno, dotándola de valor simbólico y emocional.
En las últimas décadas, los cambios en los paisajes sonoros resultan cada vez más dramáticos, pues muchos son los cambios allí donde habitan las personas. La tecnología, la evolución en la industria, los efectos sobre la naturaleza, el propio cambio climático… Estos y otros factores inciden incluso sobre un valor fundamental de nuestra sociedad: la memoria.
Y de la memoria como relato, o de su valor subjetivo, llegamos a su representación en el contexto de un documental de creación, vehículo adecuado para recoger las derivas de la realidad sin atender a los formalismos de las reglas narrativas clásicas.
A mirada auditiva
No son pocas las miradas que desde este concepto se acerca a la mirada poliédrica de la colectividad, con títulos como, por ejemplo, El sembrador (Melissa Elizondo, 2018), Être et avoir (Nicolas Philibert, 2002), o la propia Máscaras (Iago González, 2012), títulos en los que la construcción de la realidad se sustenta sobre el valor de un conjunto de voces y miradas, en este caso además vinculados a una profunda intencionalidad pedagógica que no se compara con la autoría en la mirada.
Por otro lado, hay interesantes ejemplos de exploración de los contextos habitados por las personas, desde buena parte de la filmografía de Agnes Varda, hasta El cielo gira (Mercedes Álvarez, 2004), probablemente la película fundacional a nivel estatal, precursora en cierto modo de enfoque que llegan mismo al conocido como Novo Cinema Galego, con películas que recrean una visión subjetiva y/o idealizada de otros mundos, de otros paisajes, revisiones en primera persona de terrenos ajenos a los que se les intenta dar entidad propia desde la distancia.
Es en este contexto en el que Disonancias se construye desde esa concepción de no ficción, puesto que la disparidad de miradas, la labor colectiva, y la fusión de distintos entornos espaciales que requerirá, necesariamente, dar margen a la propia percepción de las personas participante, pero, sobre todo, margen a la mirada de quienes dirigen para tratar de mezclar conceptos tan intangibles como la memoria y la percepción sonora.